Meg - Steve Alten, ebook

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//-->MegSteve AltenTítulo original:MEGTraducción: Hernán Sabaté 1 .aedición: junio 1997© 1997 by Steve Alten © Ediciones B, S.A., 1997Bailen 84 - 08009 Barcelona (España)Publicado por acuerdo con Doubleday, una división de Bantam Doubleday Dell Publishing Group, Inc.Pnnted in Spain ISBN: 84-406-7043-5 Depósito legal: B. 19.547-1997Impreso por Primer Industria Gráfica, S.A. Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sinautorización escrita de los titulares delcopyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y eltratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.AgradecimientosSólo en Estados Unidos puede uno quedar en quiebra, perder el trabajo y hacerse rico unosdías más tarde. La realización de los propios objetivos requiere esfuerzo y fe en lo que unohace cuando lle-gan tiempos duros, pero también precisa de la ayuda y el apoyo de otros.Como escritor novel, estoy su-mamente agradecido a mucha gente maravillosa que hatrabajado con extraordinario empeño en este pro-yecto.En primer lugar, doy gracias a miDream Team,di-rigido por Ken Atchity, director yproductor literario de excepción, quien se arriesgó al apoyar a un desco-nocido y con quienestaré siempre en deuda. También debo agradecimiento a su socio, Chi-Li Wong y al res-todel equipo de Atchity Editorial Entertainment In-ternational, por su visión y esfuerzo enayudarme a hacer realidad mis sueños. Mi gratitud también a Ed Stackler y a David Angstenpor su magnífica revisión del manuscrito y a Warren Zide, de Zide Entertain-ment, quededicó aMegalodonun empeño y una ener-gía ilimitados y elevó el proyecto a un nivelcompletamente diferente. A Joel McKuin y David Colden, de Colden & McKuin, lesagradezco a ambos su increíble trabajo y amabilidad; asimismo, a Jeff Robinov, de ICM. Nopuedo concebir un grupo más competente; este libro es, finalmente, el resultado de unesfuerzo en equipo. Gracias a todos.Expreso asimismo mi agradecimiento a Walt Dis-ney Pictures, a su presidente, David Vogel,y a sus eje-cutivos, Allison Brecker y Jeff Bynum, así como a Tom Wheeler por haberseleccionadoMegalodon.A Shawn Coyne y a la estupenda gente de Bantam-Doubleday-Dellpor todo lo que ha hecho. Ha sido un honor y un privilegio para mí haberme relaciona-do contodos ellos.A mis padres, por mantener a mi familia durante las épocas difíciles y a mi hermana Abbypor su apo-yo cuando más necesario era. Por último, a mi espo-sa, Kim, por soportar laslargas horas, los años de lu-cha y a un marido que podía resultar un poco gruñón después demuchas noches en blanco, dedicadas a es-cribir.MEGALODONFinales del período Cretácico, hace 7o millones de añosCosta de la masa continental euroasiática-norteamericana (océano Pacifico)Desde que la niebla de la madrugada había empe-zado a levantarse, se sentían observados. Elrebaño deShantungosaurusllevaba toda la mañana pastando a lo largo de la costa envueltaen bruma. Los reptiles, los mayores del género de losHadrosauruscon sus más de trecemetros de longitud desde el pico de pato hasta la punta de la cola, se atiborraban de lasabun-dantes algas marinas que la marea arrojaba sin cesar a la orilla. LosHadrosauruslevantaban con frecuencia la cabeza con el aire nervioso de un rebaño de cier-vos, atentos alos ruidos del bosque cercano, y obser-vaban los árboles umbríos y la densa vegetación,dis-puestos a huir al primer indicio de un movimiento sospechoso.En las lindes de la playa, oculto entre los altos ár-boles y los tupidos matorrales, un par deojos rojos y de reptil seguía al grupo. ElTyrannosaurus Rex,el mayor y más mortífero detodos los carnívoros terrestres, se alzaba siete metros del suelo del bosque. Mientrasobservaba la escena temblando de pura adrenalina, la baba le rezumaba de la boca. DosHadrosaurusacababan de aventurarse en las aguas poco profundas y, con la cabeza a ras deéstas, pacían entre las espesas masas de algas.El depredador surgió de improviso de entre los árboles; sus ocho toneladas apisonaron laarena e hi-cieron temblar la tierra con cada paso. LosHadrosau-russe alzaron sobre laspatas traseras y se dispersaron en direcciones opuestas a lo largo de la orilla. Los dos que sehabían internado en el agua volvieron la cabeza y vieron al carnívoro aproximarse a la carreracon las mandíbulas abiertas, los colmillos a la vista y un rugi-do que helaba los huesos yahogaba el rumor de las olas. El par deHadrosaurusse volvió e, instintiva-mente, se internóen aguas más profundas para esca-par. Extendieron sus largos cuellos hacia delante y echarona nadar, batiendo el agua con las patas para mantenerse a flote, con la cabeza erguida.ElTyrannosaurus Rexse lanzó tras ellos, rom-piendo las olas y adentrándose en las aguas.Sin em-bargo, en la persecución de sus presas, las patas delT. Rexse hundieron en el cienodel fondo marino. El musculoso depredador, a diferencia de losHadrosaurus,no podíanadar y se quedó irremediablemente va-rado en el fango.LosHadrosaurusnadaban aguas adentro y habían escapado a un depredador, pero prontodeberían en-frentarse a otro.Los dos metros de aleta dorsal gris se alzaron po-co a poco de la superficie marina ycruzaron la estela de los reptiles deslizándose en silencio. La corriente que creaba la enormemole del animal empezó a arras-trar a losHadrosaurushacia aguas aún más profun-das.Éstos, ante el repentino suceso, se dejaron llevar por el pánico. Preferían jugarse susposibilidades con elTyrannosaurus,pues en aquellas aguas profundas acechaba una muertesegura. Se volvieron, batiendo las patas y agitando la cola frenéticamente en el agua hasta quese posaron de nuevo sobre el limo tranquili-zador.ElT. Rexemitió un gruñido atronador. Con el agua hasta el tórax, el depredador se debatíapor no seguir hundiéndose en el blando lecho marino. LosHadrosaurusse separaron, cadacual en una direc-ción, y pasaron a quince metros del frustrado caza-dor, que hizo ademán delanzarse contra ellos y abrió sus temibles mandíbulas con un aullido de rabia al ver que suspresas escapaban. LosHadrosaurussalvaron a saltos las olas más pequeñas, ganaron la playaa du-ras penas y se dejaron caer sobre la arena cálida, inca-paces de moverse de puroagotamiento. Desde allí, los dos animales volvieron la cabeza para observar una vez más a sufrustrado asesino.En aquellos momentos, elTyrannosaurusapenas mantenía su enorme cabeza unos palmospor encima del agua. Loco de rabia, sacudía la cola furiosamente intentando liberar una de laspatas traseras. Entonces, de repente, dejó de debatirse y volvió la vista hacia el mar abierto. Através de la bruma gris, hendiendo las oscuras aguas, se acercaba la gran aleta dorsal.ElT. Rexladeó la cabeza y se quedó absolutamen-te quieto; de improviso, cuando ya erademasiado tar-de, se dio cuenta de que había entrado en los domi-nios de un cazador superiora él. Por primera y última vez en su vida, elTyrannosaurusse sintió atenazado por el miedo.Si el depredador atrapado era la criatura más aterradora que jamás había deambulado por laTierra, elCarcharodon Megalodonera, sin ninguna discusión, el dueño y señor de losmares. Los ojos encarnados delTyrannosaurussiguieron el desplazamiento de la aletadorsal gris y notaron el cambio de la corriente causado por la mole invisible que daba vueltasa su al-rededor. La aleta desapareció bajo las aguas enturbia-das. ElT. Rexemitió un gruñidograve mientras es-crutaba la niebla. La imponente aleta dorsal emergió de nuevo. Esta vez fuedirectamente hacia él y la fiera terrestre rugió y se agitó, abriendo y cerrando lasman-díbulas en una protesta inútil.Desde la playa, los dosHadrosaurusexhaustos contemplaron cómo su cazador eraarrastrado hacia el océano y su cabeza enorme desaparecía bajo las olas con un granchapoteo. Al cabo de un momento, elT. Rexemergió otra vez y emitió un gemido de agonía [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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