Miguel de Cervantes Saavedra-Los Trabajos de Persiles, LITERATURA
[ Pobierz całość w formacie PDF ]LOS TRABAJOS DE PERSILES
Y SIGISMUNDA
,
POR MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA
TASA
Yo, Jerónimo Núñez de León, escribano de Cámara del rey nuestro señor, de los que
en su Consejo residen, doy fee que, habiéndose visto por los señores dél un libro
intitulado
Historia de los trabajos de Persiles y Sigismunda
, compuesto por Miguel de
Cervantes Saavedra, que con licencia de los dichos señores fue impreso, tasaron cada
pliego de los del dicho libro a cuatro maravedís, y parece tener cincuenta y ocho pliegos,
que al dicho respeto son docientos y treinta y dos maravedís, y a este precio mandaron se
vendiese, y no a más, y que esta tasa se ponga al principio de cada libro de los que se
imprimieren. E, para que de ello conste, de ma ndamiento de los dichos señores del
Consejo, y de pedimiento de la parte del dicho Miguel de Cervantes, doy esta fee. En
Madrid, a veinte y tres de deciembre de mil y seiscientos y diez y seis años.
Gerónimo Núñez de León.
Tiene cincuenta y ocho pliegos, que, a cuatro maravedís, monta seis reales y veinte y
ocho maravedís.
FEE DE ERRATAS
Este libro intitulado
Historia de los Trabajos de Persiles y Sigismunda
, corresponde
con su original. Dada en Madrid, a quince días del mes de diciembre de mil y seiscientos
y diez y seis años.
El licenciado Murcia de la Llana.
EL REY
Por cuanto por parte de vos, doña Catalina de Salazar, viuda de Miguel de Cervantes
Saavedra, nos fue fecha relación que el dicho Miguel de Cervantes había dejado
compuesto un libro intitulado
Los trabajos de Persiles
, en que había puesto mucho
estudio y trabajo, y nos suplicastes os mandásemos dar licencia para le poder imprimir, y
privilegio por veinte años, o como la nuestra merced fuese, lo cual visto por los del
nuestro Consejo, y como por su mandado se hicieron las diligencias que la premática por
nos últimamente fecha sobre la impresión de los libros dispone, fue acordado que
debíamos mandar dar esta nuestra cédula para vos en la dicha razón, y nos tuvímoslo por
bien. Por lo cual os damos licencia y facultad para que por tiempo de diez años, primeros
siguientes que corran y se cuenten desde el día de la fecha della, vos o la persona que
vuestro poder hubiere, y no otro alguno, podáis imprimir y vender el dicho libro, que
desuso se hace mención, por el original que en el nuestro Consejo se vio, que va
rubricado y firmado al fin de Gerónimo Núñez de León, nuestro escribano de Cámara, de
los que en él residen, con que, antes que se venda, lo traigáis ante ellos juntamente con el
dicho original, para que se vea si la dicha impresión está conforme a él, y traigáis fee en
pública forma en cómo por corretor por nos nombrado se vio y corrigió la dicha
impresión por su original. Y mandamos al impresor que imprimiere el dicho libro, no
imprima el principio y primer pliego, ni entregue más de un solo libro con el original al
autor, o persona a cuya costa se imprimiere, y no otro alguno, para efeto de la dicha
correción y tasa, hasta que primero el dicho libro esté corregido y tasado por los del
nuestro Consejo. Y, estando así, y no de otra manera, pueda imprimir el dicho libro,
principio y primer pliego, en el cual seguidamente se ponga esta licencia y privilegio, y la
aprobación, tasa y erratas, so pena de caer e incurrir en las penas contenidas en la
premática y leyes de nuestros reinos que sobre ello disponen. Y mandamos que, durante
el tiempo de los dichos diez años, persona alguna, sin vuestra licencia, no le pueda
imprimir ni vender, so pena que, el que lo imprimiere, haya perdido y pierda todos y
cualesquier libros, moldes y aparejos que del dicho libro tuviere; y más, incurra en pena
de cincuenta mil maravedís, la cual dicha pena sea la tercia parte para la nuestra Cámara,
y la otra tercia parte para el juez que lo sentenciare, y la otra tercia parte para la persona
que lo denunciare. Y mandamos a los del nuestro Consejo, presidentes y oidores de las
nuestras Audiencias, alcaldes, alguaciles de la nuestra Casa y Corte, y Chancillerías, y a
todos los corregidores, asistentes, gobernadores, alcaldes mayores y ordinarios, y otros
jueces y justicias cualesquier, de todas las ciudades, villas y lugares de los nuestros reinos
y señoríos, que vos guarden y cumplan esta nuestra cédula, y contra su tenor y forma no
vayan ni pasen en manera alguna. Fecha en San Lorenzo, a veinte y cuatro días del mes
de setiembre de mil y seiscientos y diez y seis años.
YO, EL REY.
Por mandado del Rey nuestro señor:
Pedro de Contreras.
APROBACIÓN
Por mandado de vuesa alteza he visto el libro de
Los trabajos de Persiles
, de Miguel de
Cervantes Saavedra, ilustre hijo de nuestra nación, y padre ilustre de tantos buenos hijos
con que dichosamente la enobleció, y no hallo en él cosa contra nuestra santa fe católica
y buenas costumbres; antes, muchas de honesta y apacible recreació n, y por él se podría
decir lo que San Jerónimo de Orígenes por el comentario sobre los
Cantares: cum in
omnibus omnes, in hoc seispsum superavit Origenes
, pues, de cuantos nos dejó escritos,
ninguno es más ingenioso, más culto ni más entretenido. En fin, cisne de su buena vejez,
casi entre los aprietos de la muerte, cantó este parto de su venerando ingenio. Este es mi
parecer. Salvo, etc. En Madrid, a nueve de setiembre de mil y seiscientos y diez y seis
años.
El Maestro Joseph de Valdivieso.
DE DON FRANCISCO DE URBINA
A MIGUEL DE CERVANTES,
insigne y cristiano ingenio de nuestros tiempos, a
quien llevaron los terceros de San Francisco a enterrar con la cara descubierta, como a
tercero que era
Epitafio
Caminante, el peregrino
Cervantes aquí se encierra;
su cuerpo cubre la tierra,
no su nombre, que es divino.
En fin, hizo su camino;
pero su fama no es muerta,
ni sus obras, prenda cierta
de que pudo a la partida,
desde ésta a la eterna vida,
ir la cara descubierta.
A el sepulcro de Miguel de Cervantes Saavedra,
ingenio cristiano,
por Luis Francisco Calderón
Soneto
En este, ¡oh caminante!, mármol breve,
urna funesta, si no excelsa pira,
cenizas de un ingenio santas mira,
que olvido y tiempo a despreciar se atreve.
No tantas en su orilla arenas mueve
glorioso el Tajo, cuantas hoy admira
lenguas la suya, por quien grata aspira
a el lauro España que a su nombre debe.
Lucientes de sus libros gracias fueron,
con dulce suspensión, su estilo grave,
religiosa invención, moral decoro.
A cuyo ingenio los de España dieron
la sólida opinión que el mundo sabe,
y a el cuerpo, ofrenda de perpetuo lloro.
A DON PEDRO FERNÁNDEZ DE CASTRO,
conde de Lemos, de Andrade, de
Villalba; Marqués de Sarriá, Gentilhombre de la Cámara de su Majestad, Presidente del
Consejo Supremo de Italia, Comendador de la Encomienda de la Zarza, de la Orden de
Alcántara
Aquellas coplas antiguas, que fueron en su tiempo celebradas, que comienzan:
Puesto ya el pie en el estribo,
quisiera yo no vinieran tan a pelo en esta mi epístola, porque casi con las mismas
palabras la puedo comenzar, diciendo:
Puesto ya el pie en el estribo,
con las ansias de la muerte,
gran señor, ésta te escribo.
Ayer me dieron la Estremaunción y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias
crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo
de vivir, y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies a Vuesa Excelencia; que podría
ser fuese tanto el contento de ver a Vuesa Excelencia bueno en España, que me volviese a
dar la vida. Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los
cielos, y por lo menos sepa Vuesa Excelencia este mi deseo, y sepa que tuvo en mí un tan
aficionado criado de servirle que quiso pasar aun más allá de la muerte, mostrando su
intención. Con todo esto, como en profecía me alegro de la llegada de Vuesa Excelencia,
regocíjome de verle señalar con el dedo, y realégrome de que salieron verdaderas mis
esperanzas, dilatadas en la fama de las bondades de Vuesa Excelencia. Todavía me
quedan en el alma ciertas reliquias y asomos de las
Semanas del jardín
, y del famoso
Bernardo
. Si a dicha, por buena ventura mía, que ya no sería ventura, sino milagro, me
diese el cielo vida, las verá, y con ellas fin de
La Galatea
, de quien sé está aficionado
Vuesa Excelencia. Y, con estas obras, continuando mi deseo, guarde Dios a Vuesa
Excelencia como puede. De Madrid, a diez y nueve de abril de mil y seiscientos y diez y
seis años.
Criado de Vuesa Excelencia
,
Miguel de Cervantes.
PRÓLOGO
Sucedió, pues, lector amantísimo, que, viniendo otros dos amigos y yo del famoso lugar
de Esquivias, por mil causas famoso, una por sus ilustres linajes y otra por sus
ilustrísimos vinos, sentí que a mis espaldas venía picando con gran priesa uno que, al
parecer, traía deseo de alcanzarnos, y aun lo mostró dándonos voces que no picásemos
tanto. Esperámosle, y llegó sobre una borrica un estudiante pardal, porque todo venía
vestido de pardo, antiparas, zapato redondo y espada con contera, valona bruñida y con
trenzas iguales; verdad es, no traía más de dos, porque se le venía a un lado la valona por
momentos, y él traía sumo trabajo y cuenta de enderezarla.
Llegando a nosotros dijo:
-¿Vuesas mercedes van a alcanzar algún oficio o prebenda a la corte, pues allá está su
Ilustrísima de Toledo y su Majestad, ni más ni menos, según la priesa con que caminan?;
que en verdad que a mi burra se le ha cantado el víctor de caminante más de una vez.
A lo cual respondió uno de mis compañeros:
-El rocín del señor Miguel de Cervantes tiene la culpa desto, porque es algo qué
pasilargo.
Apenas hubo oído el estudiante el nombre de Cervantes, cuando, apeándose de su
cabalgadura, cayéndosele aquí el cojín y allí el portamanteo, que con toda esta autoridad
caminaba, arremetió a mí, y, acudiendo asirme de la mano izquierda, dijo:
-¡Sí, sí; éste es el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre, y, finalmente, el
regocijo de las musas!
Yo, que en tan poco espacio vi el grande encomio de mis alabanzas, parecióme ser
descortesía no corresponder a ellas. Y así, abrazándole por el cuello, donde le eché a
perder de todo punto la valona, le dije:
-Ese es un error donde han caído muchos aficionados ignorantes. Yo, señor, soy
Cervantes, pero no el regocijo de las musas, ni ninguno de las demás baratijas que ha
dicho vuesa merced; vuelva a cobrar su burra y suba, y caminemos en buena
conversación lo poco que nos falta del camino.
Hízolo así el comedido estudiante, tuvimos algún tanto más las riendas, y con paso
asentado seguimos nuestro camino, en el cual se trató de mi enfermedad, y el buen
estudiante me desahució al momento, diciendo:
-Esta enfermedad es de hidropesía, que no la sanará toda el agua del mar Océano que
dulcemente se bebiese. Vuesa merced, señor Cervantes, ponga tasa al beber, no
olvidándose de comer, que con esto sanará sin otra medicina alguna.
-Eso me han dicho muchos -respondí yo-, pero así puedo dejar de beber a todo mi
beneplácito, como si para sólo eso hubiera nacido. Mi vida se va acabando, y, al paso de
las efeméridas de mis pulsos, que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo,
acabaré yo la de mi vida. En fuerte punto ha llegado vuesa merced a conocerme, pues no
me queda espacio para mostrarme agradecido a la voluntad que vuesa merced me ha
mostrado.
En esto llegamos a la puente de Toledo, y yo entré por ella, y él se apartó a entrar por la
de Segovia.
Lo que se dirá de mi suceso, tendrá la fama cuidado, mis amigos gana de decilla, y yo
mayor gana de escuchalla.
Tornéle a abrazar, volvióseme a ofrecer, picó a su burra, y dejóme tan mal dispuesto
como él iba caballero en su burra, a quien había dado gran ocasión a mi pluma para
escribir donaires; pero no son todos los tiempos unos: tiempo vendrá, quizá, donde,
anudando este roto hilo, diga lo que aquí me falta, y lo que sé convenía.
¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y
deseando veros presto contentos en la otra vida!
Capítulo Primero
Voces daba el bárbaro Corsicurbo a la estrecha boca de una profunda mazmorra, antes
sepultura que prisión de muchos cuerpos vivos que en ella estaban sepultados. Y, aunque
su terrible y espantoso estruendo cerca y lejos se escuchaba, de nadie eran entendidas
articuladamente las razones que pronunciaba, sino de la miserable Cloelia, a quien sus
desventuras en aquella profundidad tenían encerrada.
-Haz, oh Cloelia -decía el bárbaro-, que así como está, ligadas las manos atrás, salga
acá arriba, atado a esa cuerda que descuelgo, aquel mancebo que habrá dos días que te
entregamos; y mira bien si, entre las mujeres de la pasada presa, hay alguna que merezca
nuestra compañía y gozar de la luz del claro cielo que nos cubre y del aire saludable que
nos rodea.
Descolgó en esto una gruesa cuerda de cáñamo, y, de allí a poco espacio, él y otros
cuatro bárbaros tiraron hacia arriba, en la cual cuerda, ligado por debajo de los brazos,
sacaron asido fuertemente a un mancebo, al parecer de hasta diez y nueve o veinte años,
vestido de lienzo basto, como marinero, pero hermoso sobre todo encarecimiento.
Lo primero que hicieron los bárbaros fue requerir las esposas y cordeles con que a las
espaldas traía ligadas las manos. Luego le sacudieron los cabellos, que, como infinitos
anillos de puro oro, la cabeza le cubrían. Limpiáronle el rostro, que cubierto de polvo
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